Las catedrales argentinas con mayor influencia europea

La arquitectura religiosa argentina constituye un testimonio excepcional de cómo las tradiciones constructivas europeas fueron transplantadas, reinterpretadas y sintetizadas en el territorio americano durante más de cuatrocientos años. A diferencia de otros países latinoamericanos que mantuvieron una herencia arquitectónica principalmente hispanocolonial, Argentina experimentó una sucesión de influencias europeas que se superpusieron y entrelazaron, creando un paisaje catedralicio de extraordinaria diversidad estilística. Este fenómeno no fue accidental, sino el resultado deliberado de proyectos políticos de las élites gobernantes que utilizaron la arquitectura como instrumento de modernización y diferenciación.

La Revolución Francesa en Piedra: El Neoclasicismo de Rivadavia y la Catedral Metropolitana

El momento más decisivo en la importación de influencias arquitectónicas europeas ocurrió entre 1821 y 1828, cuando el presidente Bernardino Rivadavia ejecutó su ambicioso proyecto de “liberar a Buenos Aires de su pasado español”. Para ello, convocó deliberadamente a profesionales técnicos europeos, especialmente franceses, con la intención explícita de transformar la imagen institucional pública sepultando el barroco colonial “godo” para abrazar el neoclasicismo internacional.​

El arquitecto francés Próspero Catelin (1764-1842) fue nombrado jefe de obras públicas de la provincia de Buenos Aires en 1821 con precisamente esta misión. Catelin no era un arquitecto ordinario: llevaba consigo los principios del neoclasicismo francés en su forma más pura, educado en los ideales de la Ilustración francesa. Su primera gran obra fue el rediseño de la fachada de la Catedral Metropolitana, iniciado en 1821 y completado bajo la dirección de su colega Pierre Benoit años después.​

Lo revolucionario de la intervención de Catelin fue su audacia conceptual: reemplazó completamente la concepción tradicional de una catedral católica con la fachada de un templo grecorromano. El peristilo neoclásico con sus columnas corintias, claramente inspirado en el recientemente completado Palais Bourbon de París, transformó a la Catedral Metropolitana en un edificio que parecía emular más bien la arquitectura cívica francesa que los modelos católicos europeos. Esta fue una declaración política: una nación moderna no podía permitirse parecer colonial.​

Rivadavia también convocó a Catelin para el diseño del Cementerio de la Recoleta, basado conscientemente en el Père-Lachaise de París, reforzando el modelo de París como referencia absoluta. El equipo que Rivadavia conformó bajo Catelin incluyó otros profesionales franceses e ingenieros ingleses, logrando un departamento de Ingenieros-Arquitectos que transmitió fielmente los principios del academicismo francés al territorio argentino.​

La Consumación Neoclásica: Joseph Dubourdieu y la Ornamentación Simbólica (1860-1863)

Cuatro décadas después de Catelin, cuando Buenos Aires requería darle finalización a la inconclusa fachada catedralicia, fue nuevamente un arquitecto francés quien asumió la responsabilidad. Joseph Dubourdieu, formado en la École Spéciale d’Architecture de París, fue comisionado para ejecutar el bajorrelieve frontal y la ornamentación final entre 1860 y 1863.​

Lo notable de la intervención de Dubourdieu fue su decisión alegórica: en lugar de representar un tema bíblico o hagiográfico convencional, esculpió el encuentro de Jacob y José en Egipto como alegoría de la reconciliación nacional después de Pavón (1861), cuando se reunificaron la Confederación y el Estado de Buenos Aires. Las tres pirámides flanqueantes han especulado ser símbolos masónicos, sugeriendo un nivel de complejidad política que los observadores casuales nunca descifran.​

El Dominio Italiano: De la Arquitectura Renacentista Lombarda al Eclecticismo

Mientras que los franceses definieron la identidad neoclásica de Buenos Aires durante la era Rivadavia, los arquitectos italianos dominaron la producción arquitectónica religiosa durante el período 1852-1910, especialmente en el desarrollo de catedrales provinciales y en la ornamentación interior de templos mayores.

Pietro Fossati (1827-1893), arquitecto e ingeniero nacido en Lombardía, representa el prototipo de la influencia italianizante. Invitado por el gobernador Justo José de Urquiza post-Caseros, Fossati proyectó la Basílica de la Inmaculada Concepción en Concepción del Uruguay (construida en apenas 18 meses, 1857-1859), que fue consagrada el 25 de marzo de 1859. Esta obra introdujo en el Litoral argentino un idioma arquitectónico claramente renacentista italiano, con referencias al palladianismo y a la tradición veneciana, completamente distinto del neoclasicismo francés que predominaba en Buenos Aires.​

Fossati también proyectó en Buenos Aires el Palacio Arzobispal (Curia Metropolitana) frente a la Plaza de Mayo, completado en 1862 con la colaboración del ingeniero francés Charles Pellegrini, demostrando la hibridación franco-italiana que caracterizaría la arquitectura académica porteña.​

Los hermanos italianos Nicolás y Giuseppe Canale, arquitectos genoveses, realizaron una función similar en el desarrollo urbano provincial. Después de 1854, iniciaron una tendencia hacia el neorrenacentista italiano, especialmente visible en sus trabajos en Almirante Brown (Adrogué), donde proyectaron la iglesia, municipio y escuela a partir de 1873 en estilo neorrenacentista.

La Maestría de la Ornamentación Italiana: Francesco Paolo Parisi y los Frescos Renacentistas

Aunque no un arquitecto de planta sino un maestro de la decoración interior, Francesco Paolo Parisi representa quizás el apogeo de la influencia italiana en la arquitectura religiosa porteña. A partir de 1899, Parisi ejecutó los extraordinarios frescos que decoran la cúpula, el presbiterio, los brazos del transepto y la nave central de la Catedral Metropolitana. Los mosaicos venecianos que revisten el piso, importados de Inglaterra pero diseñados según especificaciones italianas entre 1907 y 1911, alcanzaron casi 3,000 metros cuadrados y constituyen una de las obras más ambiciosas de ornamentación religiosa en Sudamérica.​

La Síntesis Belga-Francesa: Jules Dormal y el Academicismo Beaux Arts

A medida que el siglo XIX avanzaba hacia su final, emergió una figura que sintetizaba las influencias francesa y belga, transformando el panorama de la arquitectura pública argentina. Jules Dormal (1846-1924), ingeniero recibido en Lieja y arquitecto formado en la Escuela Central de Arquitectura de París, llegó a Argentina en 1868.​

Aunque inicialmente frustrado en su proyecto de instalar un frigorífico en Entre Ríos, Dormal estableció una carrera extraordinaria después de 1870. El ministro plenipotenciario de Francia le facilitó contactos con Domingo Sarmiento y Nicolás Avellaneda, propulsores de una nueva fase de afrancesamiento arquitectónico. Dormal proyectó el Parque Tres de Febrero a partir de 1875, bajo asesoramiento personal de Sarmiento, demostrando cómo el eclecticismo Beaux Arts podía adaptarse al paisaje y clima argentino.​

Lo más significativo de Dormal fue su rol en la consolidación del eclecticismo franco-italiano como estilo dominante. Cuando el italiano Vittorio Meano, quien había ganado el concurso internacional para el Palacio del Congreso Nacional en 1895-1896, fue asesinado en 1904 antes de completar su obra maestra, fue Dormal quien continuó la dirección de la construcción, respetando escrupulosamente el proyecto original. Esta transferencia fue simbólica: el eclecticismo académico europeo, independientemente de su procedencia nacional específica, prevalecía como idioma arquitectónico supremo.​

El Neogotismo Europeo Reinterpretado: La Influencia Inglesa y Vespignani

A diferencia del eclecticismo francés-italiano que dominaba los edificios públicos, el neogotismo en Argentina fue una importación con raíces más profundamente británicas. El arquitecto escocés Richard Adams diseñó la Catedral Anglicana de San Juan Bautista (1831-1832) en estilo neoclásico puro, continuando la tradición de purismo clásico de las iglesias protestantes anglicanas. Sin embargo, fue el arquitecto inglés Eduardo Taylor, quien en 1851 recibió el encargo de diseñar la Iglesia de la Congregación Evangélica Alemana (construida 1850-1851), quien introdujo el verdadero neogotismo a Buenos Aires.​

La decisión de los alemanes de rechazar el neoclasicismo prevalecente fue profundamente significativa: buscaban un estilo gótico medieval, completamente anacrónico en una Buenos Aires de 1851 que aún evocaba el neoclasicismo imperial napoleónico. Taylor, arquitecto inglés graduado en Gran Bretaña, comprendía el lenguaje gótico. Su iglesia presentó las características auténticas del neogotismo: bóvedas de madera (“timber vaults”), fenestración ojival triple, y referencias a las capillas medievales inglesas y alemanas.​

Sin embargo, fue el sacerdote y arquitecto salesiano italiano Ernesto Vespignani quien llevaría el neogotismo religioso a su máxima expresión en Argentina. Nacido en Italia y formado en Turín, Vespignani trasladó la Oficina Técnica Central de Arquitectura Salesiana desde Turín a Buenos Aires, instalándola en el Colegio Pío IX en Almagro hacia 1900. Su obra maestra, la Basílica María Auxiliadora (construida 1908-1916), representa la síntesis perfecta del neogotismo lombardo del norte de Italia adaptado a Buenos Aires.​

Lo revolucionario de Vespignani fue su uso pionero del cemento armado en estructuras religiosas neogóticas. Mientras que los arquitectos europeos aún debatían la aplicabilidad del hormigón armado a edificios medievales reinterpretados, Vespignani lo empleó sin dudas, permitiendo interiores más luminosos y estructuralmente más atrevidos. La Basílica de Luján, diseñada bajo influencia del padre francés Jorge María Salvaire quien se inspiró en Notre-Dame de París y Saint-Denis de Reims, también contó con contribuciones de arquitectos franceses como Uldéric Courtois en su evolución.​

La Hibridación Franco-Italiana como Estilo Nacional

Un fenómeno único en la arquitectura argentina fue la emergencia de lo que historiadores denominan la “hibridación franco-italiana”. Esta síntesis no fue accidental sino el resultado de circunstancias históricas específicas: los franceses proporcionaron el concepto urbano y la grandeur monumental, mientras que los italianos aportaron la maestría técnica, la ornamentación exuberante, y la capacidad de adaptación a presupuestos variables.​

Entre 1880 y 1910, esta amalgama ecléctico produjo los edificios más representativos de Buenos Aires. Los arquitectos franceses y belga-franceses como Dormal traían consigo los principios del eclecticismo académico de la École des Beaux-Arts de París, con su énfasis en la “grandeur” francesa en el manejo escultórico de masas, jerarquía procesional de espacios, y composición de ejes. Los arquitectos italianos como Parisi aportaban la ornamentación intrincada, el conocimiento de materiales preciosos (mármoles, mosaicos venecianos), y la capacidad de trabajar dentro de restricciones presupuestarias comunes en provincias.​

Las Influencias Secundarias: Ingleses, Alemanes, Españoles

Aunque Francia e Italia dominaron, otras nacionalidades europeas dejaron huella particular. Los arquitectos ingleses y escoceses como Richard Adams introdujeron el neoclasicismo puro protestante. Los belgas como Jules Dormal combinaban la formación francesa de la École de Beaux-Arts con una mayor sensibilidad al contexto local. Los arquitectos españoles, aunque presentes, ejercieron influencia decreciente a medida que las élites gobernantes buscaban diferenciarse de la herencia colonial española.​

Cronología de las Influencias Europeas

ilustra claramente cómo las influencias europeas evolucionaron en cuatro fases distintas: la introducción neoclásica francesa (1821-1852), la dominación italianizante (1852-1880), la síntesis ecléctico franco-italiana (1880-1910), y finalmente la consolidación académica con énfasis religioso neogótico (1910-1935). Después de 1935, la importación de arquitectos extranjeros disminuyó notablemente, aunque la formación de arquitectos argentinos en escuelas europeas (particularmente en París) continuó influyendo en el desarrollo arquitectónico nacional.​

La Transformación de Buenos Aires en “Una Gran Ciudad de Europa”

El resultado final de esta superposición de influencias fue dramático: Buenos Aires, descrita por el político francés Georges Clemenceau durante su visita de 1910 como “una gran ciudad de Europa”, fue transformada completamente. La “Gran Aldea” colonial se convirtió en metrópolis continental, con la arquitectura religiosa como uno de los vectores principales de esta transformación.​

Las catedrales argentinas, más que en cualquier otro país latinoamericano, reflejan esta trayectoria de influencias europeas en conflicto y síntesis. La Catedral Metropolitana de Buenos Aires, con su fachada neoclásica francesa envolviendo un interior barroco español reinterpretado, es quizás la metáfora arquitectónica más perfecta de esta hibridación: un edificio que declara europeanidad moderna en su fachada mientras conserva rastros de pasados anteriores en su interior.

Las catedrales de La Plata, Salta, Córdoba, Mendoza, Tucumán y San Juan representan cada una variaciones sobre este tema europeo, con cada región eligiendo diferentes síntesis de influencias según su geografía, recursos disponibles, y élites políticas locales. Colectivamente, constituyen un registro único en Sudamérica de cómo las tradiciones constructivas europeas fueron adaptadas, reinterpretadas y sintetizadas en el territorio americano durante el período más formativo de la arquitectura argentina moderna.